Incongruencia
- Delia Morales Ortega
- 10 abr 2016
- 2 Min. de lectura

Encontrar el equilibrio entre lo que pienso y lo que siento no siempre es fácil, menos aún si estos dos aspecto se contradicen pues sucede que cuando cada uno apunta en una dirección distinta provocan conflictos internos que si no sabemos controlar poco bien nos van a provocar.
Cuando nuestras emociones son neutras podemos pensar casi de forma totalmente racional y decidir en base a lo que nos parece más lógico y coherente. Así podemos establecer pautas de comportamiento y formas de reacción ante determinadas situaciones.
Resulta sencillo hacerlo porque no hay sentimientos que intenten influenciar o alterar eso sobre lo que hemos razonado y consideramos que nuestra convicción sobre ese determinado aspecto es tan segura que en el caso de que el mismo ocurra, la razón va a ganar la partida a la emoción.
Y cuál es nuestra sorpresa al descubrir cuan influyentes pueden ser los sentimientos sobre cualquier idea que en ausencia de estos nos parecía tan absoluta e ideal. De forma que se imponen sobre nuestras razones provocando incluso que olvidemos esos principios que habíamos establecido.
Entonces intentamos justificarnos con motivos y excusas que lejos de apaciguar y acercar la diferencias que se enfrentan, lo que conseguimos es confundir y engañar a nuestra razón que ya no sabe qué posición tomar.
Puede ser que el motivo de esta contradicción sea el escaso aprendizaje y la falta de práctica en la gestión de las emociones y también el que caigamos en el error de imitar los ejemplos comunes y cercanos que parecen ser lo normal.
Lo cierto es que hay emociones que nublan las razones provocando una incongruencia entre lo que dictan los sentimientos y lo que nos dijeron los pensamientos. Por ello es necesario pararse a reflexionar sobre aquello que sin palpitaciones influyentes pudimos un día pensar.
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