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Con los Pies en el Suelo y la Cabeza en las Nubes

  • Foto del escritor: Delia Morales Ortega
    Delia Morales Ortega
  • 21 jun 2015
  • 2 Min. de lectura

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Caminando por el suelo, el cielo nos queda muy lejos y por mucho que alcemos las manos es imposible tocar las nubes. En cambio, cuando volamos, viajamos entre las nubes que parecían imposibles de alcanzar y es el suelo el que aparece diminuto a lo lejos.

De la misma forma, vivimos en una realidad que nos intenta convencer de la imposibilidad de alcanzar nuestros sueños, por lo que los abandonamos en un lugar lejano y desde la distancia los observamos deseando que se pudieran cumplir.

Por otro lado, cuando soñamos, parece que nos alejamos de la realidad y viajamos a un mundo ideal, en el que todo es posible y en el que nos gustaría quedarnos eternamente, pero siempre nos encontramos con la influencia de algo o alguien que interrumpe nuestro sueño y nos abre los ojos para que seamos conscientes de la realidad.

Sin embargo la distancia física o imaginaria entre estas dos situaciones no es real, ya que hay lugares donde las nubes están a la misma altura que el suelo que pisamos, al igual que la mayoría de nuestros sueños se producen de manera simultánea mientras vivimos nuestra realidad.

Cuando somos niños y todavía no nos han cortado las alas y callado las esperanzas, nos creemos capaces de todo, y esto es algo necesario que no debería desaparecer a medida que crecemos y vamos conociendo la realidad, pues con ello surge el miedo a intentarlo por el miedo a fracasar y nos convencemos de la imposibilidad de algo con creencias limitadoras o con experiencias cercanas, las cuales nos impiden implantar nuestros sueños.

Soñar despierto e ilusionarse con la imaginación es algo maravilloso, pues en nuestra mente creamos situaciones ideales que nos provocan una sensación de bienestar tan intensa como la que experimentaríamos si realmente se produjese tal situación.

Pero la realidad está ahí y no podemos ignorarla, no todo es como soñamos, de hecho casi nunca se produce exactamente aquello que imaginamos, aunque de esta realidad podemos extraer grandes aprendizajes para seguir soñando de una forma un poco más real.

La persona que me llevó a ese lugar donde, con los pies en el suelo, se pueden alcanzar las nubes, es la persona más realista que conozco y de la que he aprendido a “tener los pies en la tierra”, pero también es alguien que a pesar de los duros golpes de la realidad nunca pierde la ilusión, aunque la guarde en algún lejano rincón.

Por esto, tenemos que afianzar los pies en el suelo, para conocer bien y sentir la tierra que pisamos y todo lo que la rodea, a la vez que alzamos la cabeza para que nuestros ojos miren bien alto y dejando volar la imaginación soñemos despiertos hasta convencernos de que ese sueño es real y como tal emprendamos la acción.

 
 
 

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